13 febrero 2025 · Radios Libres

El impacto ambiental de las TIC

El impacto ambiental de las TIC

Celebramos el Día de la Radio hablando sobre el impacto mediambiental de las tecnologías.

El 13 de febrero, a propuesta de la UNESCO, se celebra el Día Mundial de la Radio. Este año han decidido dedicarlo al rol de este medio ante el cambio climático. Un día después, el 14, se conmemora el Día del amor al Software Libre. Es por eso que hemos decidido unir ambas fechas para hablar de dos cosas que nos apasionan, la radio y las tecnologías libres, y una que nos preocupa sobremanera, cómo estamos maltratando a nuestro planeta.


Cualquier desarrollo tecnológico tiene un impacto medioambiental y dejará siempre una huella ecológica. Sin embargo, algunas huellas son más profundas que otras. Por ejemplo, para construir un transmisor de FM necesitamos ciertos materiales como el acero, semiconductores y, cuando esté en funcionamiento, requerirá electricidad para funcionar. Como esta electricidad, en la mayoría del mundo, se sigue produciendo con energías contaminantes, el impacto sigue siendo significativo. Sin embargo, no es comparable con el que provocan las TIC, y todo el entramado que hace posible que existan Internet y las tecnologías que gravitan en torno a ella.

El informe sobre la economía digital de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) publicado en 2024 afirma que “la producción y el uso de dispositivos digitales, centros de datos y redes TIC representan entre un 6% y un 12% del consumo mundial de electricidad”. Las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de este consumo suponen entre el 1,5 % y el 3,2 % de las emisiones globales. Otros estudios menos optimistas apuntan a que este porcentaje se podría acercar al 14%, similar al de la industria de la aviación.

Sea cual sea la estimación, si aceptamos la proyección de la UNCTAD que calcula un incremento de dispositivos conectados a Internet de 16.000 millones en 2023 a 39.000 millones en 2029 –más del doble–, claramente estaremos en problemas.

El impacto medioambiental de estos artefactos que nos permiten acceder a las TIC se puede analizar desde las diferentes etapas de su ciclo vital:

1. Manufactura

El principal problema en esta primera fase es la extracción de materias primas. Los minerales necesarios para fabricar teléfonos o los semiconductores que tienen las computadoras se consiguen mayoritariamente en África de donde se extraen en condiciones infrahumanas de brutal esclavitud. [1] El control de esa riqueza mineral está prolongando eternamente conflictos armados, principalmente en la República Democrática del Congo, de donde se obtiene la mayoría de estos suministros. Este enfrentamiento es el que más muertes ha causado desde la Segunda Guerra Mundial.

Además, una vez conseguidos estos minerales, el proceso de fabricación consume gran cantidad de agua y electricidad. Por ejemplo, una sola megafábrica de microprocesadores llega a consumir 127 litros de agua por segundo lo que implica 11 millones de litros de agua por día,  más de lo que consumen ciudades enteras. [2]

Metáforas como “la nube”, desmaterializan la infraestructura física sobre la que se sustentan estas tecnologías y el extractivismo de datos que se alimenta del tradicional extractivismo colonial de materias primas, principalmente abastecido desde Sur Global. Sí, el colonialismo clásico aún existe.

2. Uso y consumo

Hay algunas novedades tecnológicas que parecen inocuas pero tienen un profundo impacto medioambiental. Por ejemplo, cuando empezamos a enviar mensajes de voz en vez de mensajes de texto. El audio tiene un tamaño digital más grande que el texto, por lo tanto el archivo es más grande. La compañía los debe guardar por lo que necesitan discos duros más grandes y aumentar las computadoras que los alojan. Eso implica más electricidad para que funcionen y más agua para que estén refrigerados. Por tanto, un aumento de las emisiones.

Es impresionante comprobar cómo en solo cuatro años casi se triplicó el consumo energético de los centros de datos de las principales tecnológicas, pasando de 50 terawats/hora de 2018 a los 128.5 de 2022.

Con el impulso que en estos últimos años se le está dando a la Inteligencia Artifical este consumo está creciendo exageradamente. “La expansión de los data centers agudiza las sequías y acelera el calentamiento global”. No se trata de oponerse al desarrollo tecnológico pero sí a este modelo que no está avocando a un futuro, no muy lejano, donde tendremos que decidir si le preguntamos algo a ChatGPT o tomamos un vaso de agua. De hecho, los agricultores de Querétaro, en México, lo saben perfectamente. En esta región que alberga 10 centros de datos y proyecta instalar 18 más para atender la creciente demanda de la IA, los campesinos ya no tienen agua para regar sus cultivos. Google tiene un proyecto para instalar un gigantesco centro de datos en Uruguay. Este país, en crisis hídrica constante, tendrá que hidratar esas instalaciones que funcionan 24 horas al día durante todo el año con 7,6 millones de litros diarios, equivalente al consumo diario recomendado para 76 mil persona, el 5% de la población de Montevideo.

La burbuja de la IA vuelve a alimentar la ilusión de la economía inmaterial y la sobredeterminación digital de absolutamente todo. Indirectamente, como hicieron las burbujas tecnológicas anteriores, desvía nuestra atención de la emergencia climática y las posibilidades de descarbonización. César Rendueles.

3. Basura electrónica

En 2022 produjimos como humanidad 62.000 millones de toneladas de basura electrónica, un promedio de 7,8 kg por habitante. Significó un 82% más de lo desechado en 2010. Solamente un 22,3% se recicló. Entre esa basura hay todo tipo de electrónicos, desde lavadoras a tostadores. Las categorías de ordenadores, pantallas, teléfonos celulares y pequeños equipos de telecomunicaciones supusieron casi el 11% de esos residuos. Un estudio reciente de la revista Nature Computational Science, estimó que la inteligencia artificial generativa (IAG) triplicará estos desechos electrónicos entre 2020 a 2030. Todos estos desperdicios, además de provocar un daño ecológico de magnitud, son una amenaza a nuestra salud por la cantidad de sustancias tóxicas que contiene.

Gran parte de los equipos que desechamos después de utilizarlos solamente un año o dos, podrían seguirse usando. Sin embargo, las empresas que los fabrican establecen de antemano una fecha de caducidad, bien sea empleando materiales de baja calidad, a través del software, discontinuando la producción de repuestos, o anulando la posibilidad de reparación. Es lo que se conoce como obsolescencia programada. El objetivo de esta práctica es acelerar y afianzar el ciclo infinito de consumo: comprar, usar y tirar.

La utopía del decrecimiento

Es complejo no dejarse arrastras por este sistema económico que se sostiene sobre el consumo desmedido que, además, está atravesado por el mito determinista del progreso tecnocientífico que cada día alimentan las corporaciones tecnológicas desde sus tentáculos mediáticos. La sociedad ha sido excluida de los espacios de decisión sobre el modelo de desarrollo tecnológico y, poco a poco, hemos ido perdiendo la capacidad de cuestionar, aceptando cada novedad tecnológica sin preguntarnos sobre los costos sociales o medioambientales que provocará. Mientras, las empresas del sector, aumentan su valor y su poder fortaleciendo el capitalismo especulativo con la digitalización, más preocupadas de sus ganancias que del progreso de la sociedad o de salvaguardar el planeta.

Personalmente, podemos asumir comportamientos más responsables sobre el número de horas que usamos estas tecnologías o alargar al máximo los ciclos de vida de los dispositivos. Y desde medios de comunicación como este, aparte de concientizar y debatir sobre el impacto ambiental de las tecnologías, también deberíamos presionar a las autoridades y promover cambios legislativos hacia un desarrollo más sostenible, lo que necesariamente tiene que incluir políticas de decrecimiento y la reducción del consumo, tecnológico y de todo tipo.

Eso, o quizás pronto pasemos a formar parte de aquellos a quienes les arrebataron el agua que bebían o regaba sus plantas para refrigera una macrogranja de datos o hidratar una Inteligencia Artificial.


Notas

[1 ⬆] “El 55% del cobalto mundial, el 47,65% del manganeso, el 21,6% del grafito natural, el 5,9% del cobre, el 5,6% del níquel y el 1% del litio” están en África. La demanda de estos minerales críticos podría aumentar un 500% de aquí a 2050, según el Banco Mundial”. Fuente UNCTAD.

[2 ⬆] La empresa STMicroelectronics se encuentra en Grenoble, Francia.

Referencias bibiográficas

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