Compartimos esta entrevista realizada originalmente para el informe Latin America in a Glimpse. Género, feminismos e internet.
¿Cuál es el estado del movimiento ciberfeminista en América Latina?
En los últimos años nos hemos encontrado con una explosión de iniciativas ciberfeministas en la región. Colectivas que vienen impulsado campañas, investigaciones, procesos de reflexión, formaciones y todo tipo de actividades alrededor del cruce entre género y tecnología. Incluso han surgido proyectos de infraestructuras feministas autónomas. Estas experiencias se van difundiendo y van animando a otros grupos y organizaciones, que vienen de los ámbitos más diversos, a pensar la tecnología desde una perspectiva crítica. Y no solo han surgido, sino que han comenzado a conectarse y generar redes. Ya no se trata de iniciativas aisladas. Esto es algo valioso porque nos está hablando de una época. Porque si bien la preocupación de algunas corrientes feministas por la tecnología no es nueva -y el ciberfeminismo tiene ya muchos años de trayectoria en otros lados-, hoy estamos en presencia de una manera de entender y problematizar la relación entre tecnología y género desde nuestros propios contextos.
Lo que nos interesaba saber, entonces, era si todas estas iniciativas ciberfeministas latinoamericanas, a pesar de su diversidad, constituían un movimiento social; si tenían una agenda común, una identificación común de los problemas que buscan revertir, un repertorio compartido de acciones colectivas, o si existía una noción de identidad colectiva ciberfeminista. Lo que ocurre es que todavía cuando pensamos en movimientos sociales se nos vienen a la cabeza manifestaciones públicas masivas o acciones de protesta y organización a gran escala. Pero los movimientos de mujeres, aún siendo combativos y con una gran capacidad de movilización, dedican la mayor parte de su energía a tareas subterráneas: redes de apoyo mutuo, líneas de ayuda, espacios de reflexión, difusión de información, acompañamiento. Todas esas tareas son invisibles en la esfera pública pero van construyendo las bases del movimiento. Así mismo ocurre con las ciberfeministas que desafían el status quo con formas de resistencia discursivas y culturales.
Uno de los espacios en los que activistas ciberfeministas articulan a nivel regional es la lista de correos [ciberfeministaslatam], un espacio que ha ido creciendo a pasos acelerados los últimos tres años. Por eso nos entrevistamos con más de una veintena de ellas para tratar de entender esos marcos de interpretación a través de los cuales le dan sentido a su práctica como activistas ciberfeministas. Y salieron cosas interesantes. Por ejemplo, nos encontramos con que si bien existe una noción colectiva ciberfeminista no existe un consenso sobre qué significa ser ciberfeminista. Están desde quienes se asumen como ciberfeministas haciendo ciberactivismo feminista en redes, hasta quienes prefieren identificarse con el transhackfeminismo como una corriente que hace hincapié en las mujeres y disidencias de género como productoras de tecnología.
¿Por qué te pareció importante investigar respecto al ciberfeminismo?
Internet constituye este territorio en el que tenemos que convivir todas las personas que nos conectamos a la red y que es cada día más hostil. Absolutamente todos nuestros movimientos quedan registrados y esas huellas son utilizadas para vigilarnos, para “conocernos” y desarrollar o vendernos productos y servicios que alguien piensa que pueden interesarnos, para identificar tendencias colectivas, etc. Todo esto sin nuestro consentimiento. Creo que el ciberfeminismo es absolutamente relevante hoy en día porque el ciberespacio y los espacios tecnológicos han sido colonizados. Las causas son múltiples, pero el capitalismo tiene esa capacidad de cooptar absolutamente todo e imponer sus lógicas. Y entre esas lógicas el sistema patriarcal es un aliado indiscutible.
En este contexto, las mujeres y disidencias de género se encuentran en peores condiciones. ¿Qué internet tiene una mujer, madre, indígena, defensora del territorio que no habla inglés y el castellano es su segundo idioma? Y no solo están en juego las realidades materiales que configuran la brecha digital de género, sino que las manifestaciones cada vez más extendidas de violencia machista en línea nos están expulsando del territorio digital también. La respuesta a la violencia y la exclusión no puede ser el silencio, apagar nuestros celulares porque no sabemos usarlos y cerrar nuestras cuentas para que no nos acosen, porque ahí estamos siendo vulneradas doblemente: violentadas y silenciadas.
Las tecnologías digitales nos atraviesan, pero no desde el fetichismo tecnológico, sino porque nos permiten construir nuestra identidad, comunicarnos, documentar nuestras luchas, generar redes, crear, participar políticamente, o compartir cultura y conocimiento. Y esa es una posibilidad poderosa para todos los movimientos sociales. Por eso tenemos que construir una internet feminista.
Las ciberfeministas están visibilizando este escenario y diseñando estrategias para ocupar el ciberespacio. Una de las maneras de hacerlo es generar conocimiento alrededor de todas estas iniciativas que nacen, se conectan y alimentan las unas a las otras. La colectiva Donestech, por ejemplo, viene investigando estos temas hace rato y han abierto el camino para que muchas de nosotras nos involucremos y sigamos generando conocimiento alrededor de las prácticas feministas en tecnología. Pero no un conocimiento estanco, sino desde el propio activismo por una tecnología libre, autónoma y que responda a nuestras necesidades, nuestros proyectos e imaginarios. Así que este es un pequeño aporte para dejar en evidencia la potencia del movimiento ciberfeminista en Latinoamérica.
¿Cómo se enmarcan el ciberfeminismo en la discusión más amplia sobre género, feminismo y tecnología en Latinoamérica?
El ciberfeminismo, el ciborgfeminismo, el transhackfeminismo, son corrientes del feminismo. No surgen de la nada sino que heredan toda una serie de debates y posturas con las que están dialogando de manera permanente, ya sea para criticarlas, adaptarlas, o actualizarlas. De hecho, todas las activistas entrevistadas se consideran feministas, muchas incluso antes de ciberfeministas. El marco de referencia para entender las relaciones de poder en el ciberespacio es feminista porque las prácticas heteropatriarcales se trasladan al mundo tecnológico y al ciberespacio.
Una de las cuestiones que nos interesaba averiguar era si las activistas ciberfeministas sentían que las organizaciones feministas más tradicionales reconocían en los temas tecnológicos un conjunto de problemáticas centrales donde se reproducen las relaciones de género; si las feministas veían a las ciberfeministas como pares. La mayoría contestó que, aunque de manera muy paulatina, las feministas de a poco iban a acercándose a estos debates. Las feministas están haciendo mucho ciberactivismo: usan las redes para organizarse, protestar, conectarse y compartir. Las experiencias de #NiUnaMenos o #VivasNosQueremos son un ejemplo del uso intensivo de TIC y redes para instalar las reivindicaciones feministas en la agenda pública, sobre todo la lucha contra los feminicidios.
¿Qué es lo que ocurre? En este recorrido ciberactivista las feministas se encuentran con grandes cuotas de violencia: trolls machistas que las acosan y que denuncian sus canales, las plataformas que dan de baja sus contenidos, son doxeadas, amenazadas, etc. Y es ahí cuando surge la reflexión sobre cómo está configurado el ciberespacio, quién y cómo establece las reglas de juego que permiten este tipo de prácticas violentas, la pregunta sobre dónde podemos alojar contenido de manera segura, cómo evitar que nuestras comunicaciones sean interceptadas, etc. El ciberactivismo feminista es una puerta de entrada al ciberfeminismo porque nos enfrenta a una internet que no está diseñada por ni para nosotras.
¿Qué consideras que hay de particular en los ciberfeminismos y hackfeminismos latinoamericanos, en relación con otras partes del mundo?
El movimiento ciberfeminista no está aislado de las realidades nacionales, ni de otros movimientos e iniciativas que también están defendiendo derechos humanos en la región. Y no estamos hablando solo de movimientos de mujeres, LGBTQI o de defensa de los derechos sexuales y reproductivos, por ejemplo. Las ciberfeministas están acompañando a activistas y colectivas de defensa del territorio, de derechos indígenas, de la comunicación popular, y defensa de derechos humanos en general. Los niveles de vigilancia y represión estatal son alarmantes. Las personas activistas tienen grandes deficiencias en alfabetización y seguridad digital, cosa que las ciberfeministas están tratando de subsanar. Es por eso que, naturalmente, las particularidades del movimiento ciberfeminista en la región tienen que ver con los propios contextos y momentos de las luchas populares.
Tenemos que pensar también en el cambio de época. Las primeras ciberfeministas tenían un acercamiento a la tecnología con propuestas más lúdicas, propuestas irreverentes, de experimentación y exploración artística. Pero no dejan de ser planteamientos que, si bien muchos de ellos son universales, a veces no nos sirven para explicar y dar sentido a nuestras realidades. Las ciberfeministas latinoamericanas están construyendo un ciberfeminismo postcolonial que retoma las críticas del ciberfeminismo del norte global, pero que las problematiza desde la precariedad de las infraestructuras, la diversidad cultural, la desigualdad en la distribución de ingresos o el racismo, por ejemplo.
Pero por otro lado, la verdad es que estamos viendo el retroceso abrupto de derechos sociales en todas partes del mundo, incluso en países desarrollados. La avanzada represiva es muy fuerte y la política del miedo es aún peor. Los gobiernos están vigilando a la ciudadanía de manera permanente; las leyes antiterroristas y de seguridad ciudadana están vulnerando los derechos de protesta y libertad de expresión; las mujeres siguen siendo asesinadas; las y los activistas son perseguidos y criminalizados; y la crisis económica vuelve a la ciudadanía cada vez más conservadora. Las agendas de los movimientos de derechos humanos a nivel global en algún punto van convergiendo. Y las ciberfeministas latinoamericanas también van encontrando muchos puntos en común con ciberfeministas de otras partes del mundo que están enfrentándose a los mismos problemas: una internet concentrada, privatizada, violenta y a la que no todas accedemos en igualdad de condiciones.
Pero no es cuestión de presentar un escenario súper pesimista. Las mujeres no nos estamos quedando quietas ni calladas. La cantidad y la variedad de experiencias ciberfeministas es alucinante, me emociona. Es un ciberfeminismo que nos habla de ocupar el ciberespacio y los espacios tecnológicos no solo como usuarias, sino como diseñadoras, productoras y administradoras de tecnología. Y eso es lo que, de a poco, estamos haciendo.