Cuatro líneas de acción para promover el derecho a la comunicación en los territorios digitales

Un artículo publicado en «Radios comunitarias y compromiso social en América Latina».

Para las nacionalidades y pueblos originarios de América Latina y el Caribe la vida gira en torno al territorio: la tierra y el agua, el aire y el fuego, las plantas y los animales, la luna y el sol. Incluso, para muchos de ellos, el espectro radioeléctrico también forma parte de él (Sánchez-Miguel, 2016). Las radios comunitarias siempre han acompañado la defensa de estos territorios y de sus bienes comunes. Desde sus micrófonos se desenmascararon las falsas promesas de las mineras y se denunció cómo su explotación contaminaba los ríos. Apoyaron la organización vecinal que luchaba por una vida digna en los barrios periféricos de las grandes ciudades. Amplificaron los reclamos de los campesinos frente al ecocidio de los cultivos extensivos de palma africana. Y reclamaron un espectro radioeléctrico más diverso que reflejara la realidad y la cultura de sus comunidades.

Hoy, estos territorios continúan siendo saqueados. Pero el asedio y la amenaza se extienden a los nuevos territorios digitales que habitamos. Entre las fronteras de Internet también existen fuerzas que colonizan y mercantilizan todos los aspectos de nuestra vida. Y de la misma manera, la ciudadanía resiste y se organiza alrededor de iniciativas que construyen autonomía y soberanía tecnológica.

“La soberanía alimentaria [tecnológica] es el derecho de los pueblos a alimentos [tecnologías] culturalmente adecuadas, accesibles, producidas de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario [tecnológico]. (…) Nos ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el comercio libre y corporativo y el régimen alimentario [tecnológico] actual.” (Haché, 2014, p. 10).

Sea desde este enfoque, o desde cualquier otro, es urgente politizar la tecnología e imaginar formas de resistencia que garanticen también el ejercicio del derecho a la comunicación en los territorios digitales. Quizás porque nos sentimos parte del movimiento de medios comunitarios, creemos que las radios tienen un rol fundamental ante este desafío.4 En primer lugar, por su vasta experiencia en la defensa del derecho a la comunicación. Leyeron con claridad que la concentración de los medios debilitaba la democracia e impulsaron medidas que ampliaron el acceso al espectro. Segundo, porque tienen una estrecha vinculación con el problema. Internet y las TIC, al igual que el espectro radioeléctrico, son vitales en su labor de ejercer una comunicación transformadora y participativa. La privatización de estas herramientas las afecta directamente. Y, por último, porque son fundamentales a la hora de trasladar estas discusiones a sus comunidades e instalarlas en la opinión pública.

Por eso, nos gustaría proponer cuatro líneas de acción en las que los medios comunitarios pueden pueden trabajar para promover el derecho a la comunicación en los territorios digitales. Son líneas que hemos elaborado colectivamente, sumando aportes de un lado o de otro. Gran parte provienen de los grupos donde militamos, como la Red de Radios Comunitarias y Software Libre y las redes ciberfeministas.

1. Tecnologías apropiables: software libre en las radios comunitarias

En el siglo XXI la comunicación está mediada por las tecnologías digitales y, por lo tanto, la defensa del derecho a la comunicación se traslada necesariamente a este ámbito. Al no utilizar tecnologías libres que puedan ser auditadas, modificadas y compartidas, se entrega el futuro de la comunicación a un puñado de empresas privadas:

En una sociedad moderna, quien controla el software controla la comunicación social. Controla quién puede comunicarse con quién, cuándo y para decir qué. (…) El propósito de retirar la programación de la esfera corporativa y volver a ponerla en el ámbito social, es algo indispensable para evitar que la promesa de la «era digital» se convierta en una pesadilla social (Heinz, 2008, p. 94).

Defender en este siglo el derecho a la comunicación trasciende la defensa del espectro radioeléctrico. No hay que abandonar los reclamos tradicionales por acceder a las frecuencias de radio y televisión, pero se hace necesario incorporar nuevas demandas, nuevos esfuerzos y nuevos ámbitos de disputa de poder. Entre ellos, el de las tecnologías libres.

2. Infraestructuras autónomas

Internet es una red tan compleja que para entender su funcionamiento y gobernanza, se utiliza una analogía de tres capas.16 Una social y económica, en donde encontramos los contenidos, el marco legal, los procesos de formación y todo aquello referido a los usos finales de la red. Otra es la capa lógica donde están los sistemas de nombres de dominio (DNS) y sus servidores raíz. Estos son los encargados de conectar las direcciones IP –esa especie de “matrícula” que se le asigna a un dispositivo cada vez que se conecta a Internet– con los nombres de dominio. También están en esta segunda capa los protocolos de transmisión de datos –que indican cómo transmitir datos de un punto a otro–. Y, por último, la capa de infraestructura, la parte física: los cables –terrestres y submarinos–, los satélites y las antenas.
Es tan complejo y costoso gestionar estas capas que apenas un grupo reducido de grandes organizaciones, empresas, universidades y gobiernos se encargan de ello a nivel global. En este contexto parecería reducida la capacidad de incidencia que las radios comunitarias y organizaciones de base pueden tener, sobre todo respecto de las capas lógicas y de infraestructura de Internet.

3. La privacidad como derecho

Para garantizar la privacidad en línea, una de las medidas a tomar sería impedir que las grandes plataformas accedan a la información personal que circula por Internet. Sin embargo, este volumen de datos crece constantemente, al igual que las vulneraciones a la privacidad. Por ejemplo, el número de asistentes virtuales para el hogar –estos aparatos a los que se les habla para que reproduzcan una canción o hagan una llamada– aumenta día a día. Para poder ejecutar estas ordenes, su micrófono está siempre encendido. Tras una investigación periodística Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft terminaron por reconocer que transcriben audios privados de quienes los usan. Las compañías alegan que lo hacen para “mejorar la capacidad de sus asistentes virtuales para entender el lenguaje humano” (del Castillo, 2019). Microsoft, incluso, se vio forzado a confirmar que transcribe algunas grabaciones de Skype. Sería escandaloso imaginar que algo así sucediera con el correo postal. Que se violara el derecho a la privacidad y se leyeran cartas para entrenar a un software de Inteligencia Artificial. Cuando estas prácticas se trasladan al mundo digital pareciera que no importa renunciar a derechos con tal de recibir un mejor servicio.

Decir que no te importa la privacidad porque no tienes nada que esconder no es diferente a afirmar que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir; o que no te importa la libertad de prensa porque no te gusta leer; o que no te importa la libertad de religión porque no crees en Dios; o que no te importa la libertad de reunión pacífica porque eres un agorafóbico, perezoso y antisocial. El hecho de que esta o aquella libertad no tenga importancia para ti ahora mismo no quiere decir que la tenga o que no la vaya a tener mañana, para ti o para tu vecino (Snowden, 2019, p. 196).

4. Cultura libre y conocimiento abierto

Esta corriente concibe al conocimiento y a la cultura como bienes comunes y promueve los entornos abiertos de creación, difusión y distribución, respetando los derechos de quienes crean. Sus principios no legitiman la llamada “piratería”, es decir, usos no autorizados de obras literarias, artísticas o intelectuales. Por el contrario, este movimiento propone un sistema donde quienes crean puedan vivir de sus obras, las empresas intermediarias tengan márgenes de ganancia racionales y la ciudadanía tenga acceso asequible –que no quiere decir que en todos los casos sea gratuito– a libros, artículos, música, cine y otras creaciones culturales.

Las TIC facilitan el surgimiento de estos entornos donde el soporte físico ya no resulta imprescindible y es más sencillo lograr un equilibrio entre derechos y beneficios. Una escritora podría publicar su libro digital en Internet gratis o a un precio reducido, e igualmente vender ejemplares de papel en las librerías. Una parte accederá a él en su formato digital pero, de seguro, habrá un público que prefiera la copia física. Igualmente, las bandas difundir sus canciones libremente en la red y luego cobrar por las entradas a sus conciertos. O hacer un crowdfunding para financiar la grabación del próximo disco con donaciones colectivas. Con una distribución digital sin restricciones la difusión será mayor, abriendo otros mercados.

Conclusiones

Los debates sobre las tecnologías de la información y la comunicación se han planteado, mayoritariamente, desde una perspectiva instrumental desplazando los abordajes tecnopolíticos. A lo largo de estas páginas hemos argumentado sobre las limitaciones y los intereses detrás de este enfoque. No es más que otro capítulo de una larga disputa entre quienes consideran a la comunicación como una mercancía y quienes pensamos que es un derecho humano. Tensiones históricas que existen, no sólo en la comunicación, sino en todos los ámbitos de la vida como la salud, la vivienda o los bienes de la naturaleza. El capitalismo es el enemigo común que muta y se adapta; en este siglo, con un nuevo rostro amable, moderno y verde pero igual de voraz y peligroso.

Ayer eran las agencias de noticias internacionales y las corporaciones de medios tradicionales las que se negaban a perder los privilegios que les ofrecía un ecosistema comunicacional desequilibrado: definir cómo ver y entender el mundo. Hoy son un puñado de megacorporaciones de telecomunicaciones y entretenimiento, y grandes tecnológicas las que acaparan el poder y el mercado global (Becerra y Mastrini, 2017). Las fronteras entre lo offline y lo online, si es que alguna vez existieron, están más diluidas que nunca y todas nuestras acciones se traducen en datos que son recogidos, procesados y comercializados con escasas consideraciones éticas. Pero no es un problema de Internet o de las TIC en si mismas, sino de cómo el sector privado definió en los 90 su modelo de desarrollo con un lobby agresivo –que se mantiene al día de hoy– sobre pilares como la neutralidad de la tecnología y la autorregulación. Las grandes tecnológicas burlan las legislaciones nacionales y escapan a la fiscalización de los países que intentan controlar sus excesos. Y se apoyan en una maquinaria publicitaria con la que construyen relatos de innovación y progreso para acelerar los ciclos de consumo envueltos en un fetichismo tech.

En este escenario, pareciera que hablar de derechos laborales de los trabajadores de plataformas y del nuevo proletariado cognitivo, del impacto ambiental de la fabricación de dispositivos, del derecho a la privacidad y al anonimato, o del derecho a la comunicación es “no entender” este nuevo mundo o ser ciberpesimistas. Sin embargo, no es más que retomar los debates plasmados en el Informe MacBride en torno al Nuevo Orden Mundial de la Información y Comunicación y que aún tienen pavorosa actualidad: niveles de concentración, imperialismo tecnológico, desequilibrio de los flujos de información o la necesidad de políticas nacionales que garanticen el derecho a la comunicación.
Cuando las radios comunitarias reclamaban su derecho a acceder a las frecuencias radioeléctricas no lo hacían por el espectro en sí, sino por los derechos que habilitaba. Contar con medios de comunicación que permitieran ampliar la mirada sobre la realidad era requisito indispensable para construir una sociedad más justa y democrática. Esa otra perspectiva sobre la comunicación es la que necesitamos retomar para apropiarnos de las tecnologías digitales.

Con este artículo, nuestra intención era trasladar una idea que nos viene inquietando desde hace tiempo: para defender el derecho a la comunicación y promover la democratización de los medios de comunicación en este siglo es necesario actualizar nuestras agendas e incluir nuevas demandas. Además de seguir reclamando el acceso al espectro radioeléctrico, nos enfrentamos a otro reto: cómo ensayar otros modelos de desarrollo para las tecnologías digitales de comunicación. Modelos sostenibles basados en la gestión común, en la libertad y en el acceso abierto, con una perspectiva decolonial, antirracista y feminista.

Para ello es necesario politizar la tecnología que, como nos propone Winner, no es más que preguntarnos “¿qué tecnologías son apropiadas para una sociedad buena?” (Winner, 2001). La respuesta nos interpela a todas, todos y todes, porque el camino se debe transitar colectivamente. Hay muchas organizaciones e iniciativas que llevan tiempo construyendo alternativas de apropiación o desarrollo tecnológico: comunidades de software libre, grupos de infraestructuras autónomas, colectivos hacktivistas y transhackfeministas. Como medios comunitarios podemos apoyarnos en estos procesos para transformar nuestras prácticas tecnológicas y, a su vez, aportar la capacidad comunicativa y la relación con comunidades y sectores que, para estos otros grupos, pueden quedar lejanos.

Si anhelamos un futuro democrático de las comunicaciones, si seguimos soñando con una comunicación comunitaria al servicio de los sectores más vulnerables, si aspiramos a terminar con los monopolios y la concentración mediática, deberíamos asumir el reto de politizar la tecnología. Esto implica trasladar la defensa del territorio y del derecho a la comunicación al ámbito digital. Creemos que es una propuesta que encaja perfectamente con los objetivos de las radios y medios comunitarios, y que nos ayudará a pensar y construir ese otro mundo posible.

Radios comunitarias y compromiso social en América Latina

Referencias bibliográficas

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Cuatro líneas de acción para promover el derecho a la comunicación en los territorios digitales

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