La pandemia está acelerando el cambio tecnológico en la educación, desde la primaria a la Universidad. Pero, ¿es el cambio que necesitamos o queremos? ¿Qué pueden hacer las radio comunitarias para impulsar este debate?
El científico estadounidense Vinton Cerf es reconocido como uno de los inventores de Internet. Junto a Robert Kahn desarrollaron los protocolos TCP/IP, una serie de normas que permiten la transmisión remota de datos entre computadoras. Cerf y su equipo decidieron que esos protocolos tenían que ser libres, cualquiera los podría usar, y así otorgaron su carácter universal y abierto a la Red. Aunque pese a los defensores de la privatización y el conocimiento, el desarrollo de Internet ha sido posible gracias a la libertad y la apertura.
Como vemos en este video, a Cerf le preocupa la educación del futuro, por lo que aporta algunas claras recomendaciones: reforzar lo que él llama “aprendizaje a la carta” y una educación en la se “aprenda haciendo”, no solamente escuchando. Para esto es importante garantizar un mayor acceso a Internet pero, sobre todo, y aquí es donde nos queremos detener, propone dos estrategias:
- Una mayor libertad de circulación de contenidos: Cerf invita a compartir más. Muchas investigaciones han avanzado por la posibilidad de acceder a datos y conocimientos previos de otras personas. Remarca lo importante que es compartir software y otros conocimientos para aplicarlo en nuvos experimentos y con esta democratización del conocimiento acelerar el avance de la ciencia y la tecnología.
- Una retroalimentación constante con los docentes: hay que hablar con quienes están en las aulas, conocer qué necesitan para este nuevo tipo de enseñanza.
Pero si analizamos este año que ha transcurrido desde el inicio de la pandemia, el modelo educativo se dirige en sentido opuesto: un modelo cada vez más cerrado e impuesto sin consultar a la comunidad educativa. Y además, hipotecado ciega y exclusivamente a las soluciones tecnológicas digitales de las grandes plataformas como si no existieran alternativas respetuosas de los derechos humanos.
Es verdad que en un primer momento, cuando había que buscar formas de mantener las clases a la distancia, la mayoría de escuelas acudió a las soluciones que tenían a mano y que eran “gratuitas”. Zoom, Teams o Meet permitieron a estudiantes seguir en contacto con sus profes. Pero pocas escuelas aprovecharon estos meses para buscar otro tipo de soluciones a medio o largo plazo.
Las Big Tech, como se conoce a las grandes empresas tecnológica, han visto en la educación un filón inagotable de riqueza y poder. Si bien antes esta “dependencia” de plataformas iniciaba en la Universidad hoy, con la pandemia, todo se aceleró y hasta las niñas y los niños de primaria ya tiene su cuenta de Teams o Google Classroom. En este movimiento las empresas accedieron a cientos de miles de personas que hacía unos meses quedaban fuera de su alcance.
Quienes piensan que siempre estamos buscando la quinta pata al gato, nos preguntarán qué riesgos existen si son herramientas muy útiles y permiten seguir con las clases mientras dura el confinamiento. Ciertamente ayudan, y mucho. No estamos sugiriendo apartar la tecnología de los procesos educativos, donde creemos que son muy útiles. Estamos invitando a preguntarnos qué tecnologías son las más adecuadas para esos procesos. Por ejemplo, existen varias alternativas de programas de videoconferencia, nubes para intercambiar archivos o gestores de aprendizaje (como Moodle o Chamilo) que son libres, verdaderamente gratuitos, auditables y que no lucran con los datos poniendo en riesgo la privacidad de los menores.
Ya hay ejemplos de escuelas que funcionan con estas plataformas como este de Barcelona que compartimos aquí. Y en este otro artículo argumentamos por qué las Universidades deberían usar software libre.
Algunos de los problemas a los que nos enfrentaremos si terminamos delegando la educación a las Big Tech:
1.- Terminarán decidiendo cómo se estudia. Los monopolios es lo que hacen: imponen condiciones. Al final, las herramientas que usa una niña de 7 años de Estados Unidos o Finlandia son las mismas que utiliza un niño aymara del altiplano al sur del Perú. Pero las condiciones de ambos obviamente no son iguales. Comenzando por la calidad de la conexión a Internet, requisito indispensable para que estas aplicaciones funcionen correctamente.
Esta homogeneización del modelo educativo dominante impide buscar soluciones locales apropiadas a cada contexto y realidad. Por ejemplo, en lugares donde Internet no es estable, ¿no será mejor recuperar la radio como medio para dar clases a distancia? ¿No será más útil una llamada de 10 minutos por el teléfono tradicional a cada estudiante que una hora en una videoconferencia donde la mitad del tiempo estás preguntando “se me escucha”, “hay alguien ahí”? En pequeños poblados donde todo el año hace calor y las aulas son de 8 o 10 estudiantes, ¿no se puede trabajar al aire libre paseando por el bosque para aprender los diferentes tipos de árboles? Las compañías de disñan las plataformas de aprendizaje deciden que tipo de competencias fomentar y cuáles no, y de qué manera.
2.- Terminarán decidiendo con qué se estudia. Nos es gratuito que las empresas “regalen” en muchos casos estos servicios. Es la mejor forma de fidelizar a quienes las usan. Si desde que tienes 5 años comienza a usar una determinada aplicación y sólo te enseñan a usar esa, ¿qué vas a utilizar en el futuro? Las niñas y niños son entendidos como futuros clientes. En vez de educar ciudadanxs, crearemos consumidores que sólo saben usar herramientas concretas que demandarán una vez que se inserten al mercado laboral. Y la compañía se garantiza contar con todos tus datos ahora y siempre.
3.- Terminarán decidiendo quién estudia. Estas empresas “cobran” sus servicios con datos que luego venden a terceros. Si las compañías recababan datos a partir de la edad legal de uso de las plataformas -rango que va de los 13 a los 18 años- ahora podrán obtener datos de esa población desde que se insertan al sistema educativo. La precisión de los perfiles será cada vez mayor. Imaginemos por un momento el valor que pueden tener los datos académicos de todos los estudiantes del mundo. Su evolución a lo largo del proceso educativo, la comparación de esta información entre países, el rendimiento en cada materia. Un puñado de empresas tendrán más información que cualquier ministerio de educación. Y las entidades financieras que conceden créditos universitarios en países sin educación pública contarán con datos valiosísimos que procesará un algortimo para decidir quién accede a los estudios superiores y quién no.
¿Qué pueden hacer los medios comunitarios?
Cuando invitamos a “politizar la tecnología” nos referimos a cuestionar la aparente inocuidad del “solucionismo tecnológico”. No se trata solamente de instalar software libre o usar licencias libres. Es analizar, debatir y cuestionar el actual modelo tecnológico. Un modelo que no toma en cuenta las realidades económicas o sociales y el contexto cultural, en el que como sociedad, como comunidad educativa no existe la mínima posibilidad de réplica. El lugar marginal que se asigna a las familias, estudiantes y docentes es el de simples usuarias que deben aceptar lo que unas compañías, a miles de kilómetros de distancia, diseñan.
Politizar la tecnología es tan sencillo como abrir los micrófonos de la radio a las docentes de la escuela del barrio, a quienes estudian en ellas, a las madres y abuelos que durante este año han ejercido de maestros en casa. ¿Les han servido estas soluciones? ¿Qué alternativas proponen? ¿Si pudieran diseñar su propia plataforma, cómo sería?
Politizar la tecnología es apostar por una educación libre y abierta donde quienes aprender y enseñan tengan poder de elección y decisión.
Y no lo decimos nosotras, sino el inventor de Internet.
Que buen artículo, muy necesario para estos tiempos.